domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulo VIII

Esa noche no pude dormir, sólo pensaba en Le mur des je t'aime (La Pared de los Te Quiero). Había algo dentro de mí que sentía la necesidad de ir a ese lugar para recordar quién era Alfred y qué lugar ocupaba en mi vida.

Al día siguiente puse rumbo a Le mur des je t'aime (La Pared de los Te Quiero). Cloé me dijo que para recordar a Alfred tenía que ir a allí pero, ¿qué habría allí que me hiciera recordarlo?

A las 10 de la mañana ya estaba allí. El lugar me resultaba muy familiar, yo ya había estado muchas veces allí eso seguro, pero sentía que todavía faltaba algo más que recordar… Seguí paseando por el Parque des Abbeses y observando a todas las parejas de enamorados que se dirigían hacia "el muro" para declararse su amor. Había un ambiente muy romántico en todo el parque y todo ello me hacia recordar a Armand y echarlo de menos, hubiera dado lo que fuera por estar en ese momento junto a él…

Después de pasar un buen rato pensando en Armand y descubriendo mil y una maneras de decir te quiero en distintos idiomas, decidí sentarme en un banco del parque. Allí, a mi lado, había un precioso árbol de hojas verdes y flores rojas, ¡era precioso! Podría decir que era el árbol más bonito de todo el parque. Tenía algo especial, no sé que era pero yo lo notaba. Mirando el árbol con detenimiento me percaté de unas marcas que había en su tronco, era un dibujo de un corazón bastante grande en el cual estaba escrito: E.A Je t'aime. E.A…. ¡Elena. Alfred!

Gracias a esas palabras, a ese árbol, pude recordar quién era Alfred. Alto, delgado, moreno y bastante guapo, así era Alfred. Lo conocí la primera vez que vine a Francia, igual que cuando conocí a Cloé. Ellos dos eran los guías turísticos que tanto a mí como a un grupo de turistas, nos guiaban por los grandiosos monumentos de París. Me fijé en Albert desde el primer momento porque era bastante atractivo y a todas las "guiris" nos tenía loquitas. Yo notaba algunas miradas por su parte pero no le ponía importancia la verdad. -Serán imaginaciones mías-pensaba. Pero el día que fuimos a visitar La Tour Eiffel (La Torre Eiffel) hubo un acercamiento hacia a mí por su parte, y nos quedamos toda la tarde hablando, ¡hasta quedamos para cenar! Fue algo muy bonito la verdad, yo estaba como una niña con su juguete nuevo, me sentía bien con Alfred, nos reíamos mucho, pero con el paso de los días me di cuenta de que sólo lo podría llegar a querer como un amigo, un muy buen amigo. Él, en cambio, no sentía lo mismo que yo, se acabó enamorando de mí y a pesar de que el sentimiento no era mutuo juró que nunca dejaría de amarme y que esperaría por mí el tiempo que hiciera falta. Demasiado tiempo sería eso, porque aquí es cuando aparece Armand en mi vida, ese hombre que también conocí en Francia y que llegó a ocupar un lugar muy especial en mi corazón. Lo que no llego a recordar es si Alfred sabía que en mi vida había entrado otro hombre y no era él.

De repente sirenas de ambulancias y coches de policía sonaban en los alrededores del parque, también se podían escuchar algunos gritos de mujeres. ¿Qué habría pasado?

Me levanté lo más rápido que pude y corrí hacia la salida del parque. Se podía observar una masa de gente corriendo hacia el lugar de los hechos. Me apresuré a acercarme un poco más para ver qué había ocurrido.- Está muerto- decían, está muerto. Se trataba de un hombre, tendido en el suelo, había mucha sangre… ¿Alfred? Oh Dios ¡era Alfred!

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